martes, 10 de febrero de 2015

Road so far...

Hay momentos en la vida de todo hombre que hay un click, un enganche, un amor a primera vista. Muchas de esas veces son cosas que jamás olvidas. El Isramóvil fue eso para mi.

Después de ahorrar dinero en Michoacán y un arduo año en Monterrey, conseguí el dinero para un Neon; aunque el destino tenía para mi un amigo, un cómplice, un compinche que resultó ser un gran compañero de viaje: un Ford Focus 2002.

Se veía hermoso la primera vez que lo vi. Recuerdo que al primer instante en mi pensamiento fue "no puedo pagarlo", pero tras regatear debido a que el vendedor había rematado el Neon que yo ya había separado, no le quedó otra que acceder.

Siempre pensé (incluso hasta el último instante) que ese Focus negro tenía vida propia. No sólo porque hubo un click desde el primer momento que lo conduje, sino por todo lo que le aprendí después. El vato aceleraba con el rock en el stereo (aunque nunca supe si era él o yo que por inercia aceleraba); cuanta chava se subía el carro le hacía cosas extrañas; incluso una vez en una fiesta yo llevaba una botella de tequila cerrada que cuando llegó a la fiesta se encontraba casi a la mitad y la cajuela oliendo a alcohol, pero la botella seguía cerrada.

La nostalgia se apoderaba de mi cuando el día de mi boda, momentos antes de ir por Liz, el carro dijo "yo de aquí no me muevo; no te llevo, no te llevo y no te llevo"; su pila estaba muerta. Aunque la idea original era que otro auto fuera el que nos llevara a Liz y a mi en nuestra boda, por azares del destino fue el Isramóvil, llevándome hasta el altar.

Cuántas locuras no pasé con y en ese auto. Tantos kilómetros recorridos. Pasó de llevar amigos y botellas, a asientos para bebés y dos pequeños hijos. Sobrevivió al Huracán Alex, pero no a la vida de casado.

Tras años y dolencias, no hubo más remedio que separar nuestros caminos. Mi amigo era insostenible. Por falta de atención y dinero, mi amigo murió. Tuve que repararle el motor y para no pagar más, venderlo a menos de lo que yo quería.

Al llevarlo con su nuevo dueño le pedía perdón. No era él, sino yo el responsable de la partida. Fui yo el que pagó mal. Le explicaba que si quería terminar mejor sus últimos años, no sería conmigo, sino con alguien más, pero que sin duda sus mejores años me los había dado a mi.

Recordé tantos tramos, tantas melodías y tantos momentos. Los primeros viajes de mis hijos fueron en él; la primera cita con mi hoy esposa fue en él. Mi primer auto fue él.

Por eso amigo, siempre te voy a recordar, sin importar donde estés o quién te conduzca. Podrán haber millones de autos, billones tal vez, pero como tú, ninguno.

Porque en algún sitio, el hombre y la máquina se vuelven uno sólo.

Poco después de comprarlo, jovensísimos.

El último adiós. El pequeño que nos acompañó y su llavero.

Una parranda cualquiera, mi auto bañado en cheve.

El Isramóvil en sus mejores años.

Si Dean tuvo su Impala, ¿ porqué yo no mi Focus ?

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