martes, 30 de enero de 2007

Un poco de literatura...

Esto es fragmento del libro "Largo Viaje al Paraíso", yo no lo viví en el mar, sino en el Lago de Pátzcuaro hace poco más de dos años, en el primero de los llamados Viaje a Ningún Lugar:
Hacía más de un año que navegábamos; un largo año en el que el mar y el cielo habian sido nuestro hogar y nuestro techo, pero no nos sentíamos cansados. Conocíamos cosas nuevas: ciudades, gentes y costumbres, tan distintas a las nuestras que apenas podíamos comprenderlas; pero, sin embargo, nuestro deseo de ver más aún no se había apagado.
Me sentí feliz, sentado a popa, la mano sobre el timón del Vikingo, que macheteaba las olas, alzando la proa sobre los valles, para remontarse briosamente después de las crestas. Gonzalo fumaba pensativo su larga pipa y miraba también hacia el este, hacia las islas. Manolo, extrañamente silencioso, parecía sumido en reflexiones de las que nunca había sido amigo, y por una vez creí adivinar que pensaba en el futuro, en lo que nos aguardaría más allá de aquel largo horizonte azul.
Era como si un presentimiento común se hubiese apoderado de nosotros y nos estuviera indicando que allí, en aquellas islas que encontraríamos en nuestro camino, nos aguardaba el destino "algo" que desviaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Picaporte, echado a los pies de Gonzalo, le miraba fijamente con sus grandes ojos oscuros: también él sabía que los presentimientos navegaban ahora sobre el Vikingo, llenando de extraña inquietud a sus tripulantes.
Pero mientras yo me setía dichoso porque mi visión del lugar que nos aguardaba era alegre, para Manolo y Gonzalo constituía algo más que eso, y sus pensamientos calaban más hondo, tal vez porque adivinaban de antemano que su choque con el nuevo mundo, con el paraíso, iba a ser violento y dejaría en sus vidas una profunda huella.
A nuestra espalda tomó el sol su cotidiano baño de mar, nos despidió con largos rayos rojizos y se ocultó por completo, tras aparecer por unos instantes como una gran moneda de cobre. El cielo se tiñó de sangre, y trozos de algodón quisieron restañarla, volviéndose rojos a su vez, mientras se alejaban hacia el oeste empujados por el viento, en pos del sol que se escondía. Eran unas nubes altas, aisladas, serenas. Y supe que también Él, estaba allí... Taaroa, El Creador... Pero aquél día nada sabíamos aún del Taaroa polinesio, y no pude cantar ningúna alabanza, aunque en mi pecho agradecía mi corazón de igual modo cuanto nos ofrecía el Creador en ese momento.
Traté de imaginar que había hombres que dejaban transcurrir su vida, su única vida, encerrados entre los muros de una casa y las estrechas calles de una ciudad, respirando aire mil veces respirado, sin ver jamás ponerse el sol sobre la raya azul del mar, consumiéndose con necesidades y pasiones que ellos mismos se buscaron, y me dije que debía existir un infierno especial para los que, incapaces de ver lo que Dios creó para ellos, permanecen ciegos y sordos ante la inmensa maravilla de la naturaleza.
Deseé que aquel momento durase eternamente; que el sol, las nubes y el viento detuvieran su andar y se quedaran allí para siempre; pero no fue así, y cuando entristecido advertí que el gran momento agonizaba, me consolé pensando que siempre hay un mañana y que el Creador puede repetir cada día el milagro de la puesta de sol.
Gonzalo me miró y sonrió levemente
- ¡Qué pronto ha pasado!- comenté
- No tepreocupes- respondió-: también mañana se pondrá el sol por el oeste.

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