Ahora que la computadora de la oficina empezó a fallar de más, me di cuenta que los archivos que llenan la máquina son las fotos que tomo desde que empece a trabajar para La Voz. Checando las fotos que he tomado, me sorprendio ver esta, tomada antes de saber que me quedaría en Michoacán. Es del día 2 de noviembre pasado, cuando regresé de Pátzcuaro y Tzintzuntzan. Recuerdo que estaba tan molido, más emocional que físicamente, que hasta mi comida (esta carne de hamburguesa) me salió como me salió, en forma de corazón destrozado. Cuando la vi, no pude hacer otra cosa que reir irónicamente, y tragarme mi propio corazón.
domingo, 25 de febrero de 2007
lunes, 19 de febrero de 2007
Y caí en la realidad...
Hoy fue mi día de descanso, y como tal, después de desvelarme casi una semana entera hasta las dos de la mañana, mi cuerpo me pidio dormir un poco más. Cuando me desperte a mediodía, todavía me di tiempo que llevar tranquilo el ritmo, lujo que pocos pueden darse en lunes, "inicio de semana". Como siempre, me dirigí a Morelia, la Vieja Valladolid, y como pocos, en verdad mucho muy pocos días (el primero en realidad) desde que llegue a estas fértiles tierras, me di cuenta de mi vida justo en este momento de la misma.
Lo que veía, no era la clínica 33 del IMSS, ni Constitución y Feliz U. Gómez con su tráfico o sus rutas 93, 83, 81, 1, u otros camiones de gran capacidad en donde hasta los que van parados van cómodos. Lo que veía, era el teatro del IMSS, la avenida Madero, con sus monumentos históricos en cantera, y sus combis, aquellas rojas COM-MEX, la Morada 2, y las Naranja 1 Xangari, que evaden el centro histórico de Morelia para no maltratarlo; con esos pasajeros que incluso los que van sentados van apretados por el pequeño vehículo que los transporta.
Por un momento, me sentí atrapado por ese sentimiento de incredulidad, de saber que ahí estaba viviendo, después de 2 años de aquél primer viaje. Me dí cuenta que caminaba solo, sin amigos, ni compañeros de la escuela, ni colegas de profesión o una pareja. Que llevo una vida un poco solitaria, y aun así soy algo feliz, debo admitir que no del todo. Me encargo de mi mismo, y en caso de problemas, los resuelvo yo. Por la av. Madero iba casi total y completamente sólo. Y utilizo el "casi" porque quien me acompañaba eran los recuerdos de ese viaje, y aquellos que mis padres me cuentan cuando visitabamos Morelia, pero sobretodo, un enorme sentimiento de felicidad. Mis pies, cansados de viajar decidieron quedarse en la primer tierra que habían encontrado, y decidieron hacer un viaje sin final, en donde hasta el día de hoy, continúo viajando por el mejor camino que ningún otro que he conocido.
Hace unos días, platicaba con una de las personas más importantes de mi vida actual y pasada, sobre el destino, si éste ya estaba escrito o si uno lo va escribiendo. Yo recuerdo haber dicho, como siempre, que la mitad la escribe uno y la otra la escribe el destino. Yo, al elegir un camino, hay 2 o 3 opciones ya trazadas, y a su vez, elegir de entre esas 3, que a su vez me dará otras opciones más. Pareciera que la vida inicia como un árbol, y que conforme uno crece las ramas van formando ramas más pequeñas, pero sólo una es la rama que tiene la hoja más alta. Sin embargo, hoy llegue a pensar en que el destino ya está escrito. El primer viaje que realice en mi vida, fue a Morelia y a Pátzcuaro, yo tenía escasos 7 meses. Me enfermé y me llevaron de urgencia a la clínica del IMSS, casualmente, la que estaba del otro lado de la Av. Madero, al lado del teatro. Mi mamá me cuenta que de pequeño, cuando me preguntaban a donde viaje, respondía, aún sin poder hablar bien, "Papayo" y a una isla, "Tanisho". Hoy, vivo en donde hice mi primer viaje, justo en Pátzcuaro, y he visitado esa isla, Janitzio. ¿ Coincidencia o destino ?
Lo que veía, no era la clínica 33 del IMSS, ni Constitución y Feliz U. Gómez con su tráfico o sus rutas 93, 83, 81, 1, u otros camiones de gran capacidad en donde hasta los que van parados van cómodos. Lo que veía, era el teatro del IMSS, la avenida Madero, con sus monumentos históricos en cantera, y sus combis, aquellas rojas COM-MEX, la Morada 2, y las Naranja 1 Xangari, que evaden el centro histórico de Morelia para no maltratarlo; con esos pasajeros que incluso los que van sentados van apretados por el pequeño vehículo que los transporta.
Por un momento, me sentí atrapado por ese sentimiento de incredulidad, de saber que ahí estaba viviendo, después de 2 años de aquél primer viaje. Me dí cuenta que caminaba solo, sin amigos, ni compañeros de la escuela, ni colegas de profesión o una pareja. Que llevo una vida un poco solitaria, y aun así soy algo feliz, debo admitir que no del todo. Me encargo de mi mismo, y en caso de problemas, los resuelvo yo. Por la av. Madero iba casi total y completamente sólo. Y utilizo el "casi" porque quien me acompañaba eran los recuerdos de ese viaje, y aquellos que mis padres me cuentan cuando visitabamos Morelia, pero sobretodo, un enorme sentimiento de felicidad. Mis pies, cansados de viajar decidieron quedarse en la primer tierra que habían encontrado, y decidieron hacer un viaje sin final, en donde hasta el día de hoy, continúo viajando por el mejor camino que ningún otro que he conocido.
Hace unos días, platicaba con una de las personas más importantes de mi vida actual y pasada, sobre el destino, si éste ya estaba escrito o si uno lo va escribiendo. Yo recuerdo haber dicho, como siempre, que la mitad la escribe uno y la otra la escribe el destino. Yo, al elegir un camino, hay 2 o 3 opciones ya trazadas, y a su vez, elegir de entre esas 3, que a su vez me dará otras opciones más. Pareciera que la vida inicia como un árbol, y que conforme uno crece las ramas van formando ramas más pequeñas, pero sólo una es la rama que tiene la hoja más alta. Sin embargo, hoy llegue a pensar en que el destino ya está escrito. El primer viaje que realice en mi vida, fue a Morelia y a Pátzcuaro, yo tenía escasos 7 meses. Me enfermé y me llevaron de urgencia a la clínica del IMSS, casualmente, la que estaba del otro lado de la Av. Madero, al lado del teatro. Mi mamá me cuenta que de pequeño, cuando me preguntaban a donde viaje, respondía, aún sin poder hablar bien, "Papayo" y a una isla, "Tanisho". Hoy, vivo en donde hice mi primer viaje, justo en Pátzcuaro, y he visitado esa isla, Janitzio. ¿ Coincidencia o destino ?
lunes, 12 de febrero de 2007
La historia de Teobert Maler
Cuando hace algunos años leí "En la Selva" de Carlos Tello Díaz, un libro sobre un viaje por la selva lacandona, no lo hice solamente para llevarle una tarea al taaan conocido profe Lewis, sino porque realmente me apasionaban y lo siguen haciendo, los libros que relatan el diario de un viaje. Ese libro tiene muchos personajes, vivos y muertos, pero hubo uno que desde que leí, me identifiqué con él en ciertos aspectos. Aunque es algo largo, vale la pena leer algo sobre el capitán Teobert Maler:
Maler era en ese entonces un hombre se 63 años que sufría los tormentos del amor. Había estado enamorado de una muchacha de Tenosique durante su más reciente estancia en el río Usumacinta. Le regalaba flores y joyas y la visitaba todas las tardes en casa de sus padres, a quienes ayudaba con sus ahorros para que pudieran vivir con más decoro. Con ellos hizo los arreglos para el matrimonio, pero luego todo salió mal. "El día anterior a la boda", escribió un amigo, "la muchacha se fugó con un joven mexicano y Maler enloqueció con la noticia. Luego salió del pueblo sin que nadie lo supiera".
El capitán Maler jamás pudo olvidar el recuerdo de su humillación en Tenosique, pues lo vinculaba con un fracaso más esencial: el que marcó su relación con las mujeres a lo largo de su vida. "La estrella del amor faltó en mi cielo", lamentaba con frecuencia. ¿Es verdad? Un retrato lo muestra por esos años vestido de levita cruzada y camisa de cuello almidonado, con el cabello corto y canoso y con el bigote y la barba de mosquetero. Sus rasgos son enérgicos: la frente amplia, la nariz curva y fuerte, pero una sombra de tristeza le nubla la mirada, que parece frágil. Maler, en esta foto, mira fuera de la imagen, hacia algo que le provoca un abatimiento muy grande. Al ver esa mirada llena de dolor recordé una frase que es bella y verdadera y que lo debió de consolar, escrita por un poeta de la tierra que le brindó cobijo: "El amor es una prueba que a todos, a los felices y a los desgraciados, nos ennoblece" (Octavio Paz).
En el verano de 1864, Teobert Maler bebía cerveza en un bar de Londres cuando supo que el emperador Maximiliano acababa de desembarcar en México. Leyó con avidez los detalles en las páginas del Daily Telegraph. Más tarde deambuló como iluminado por las calles y los parques de la ciudad: acababa de tomar una decisión que cambiaría el curso de su vida para siempre. Al regresar a Viena comunicó su plan a sus amigos, regaló todas sus pertenencias y se incorporó como cadete a la 1ª Compañía de Pioneros del Ejército Imperial Mexicano, formada en Liubliana bajo las órdenes del Conde de Thun. Zarpó de Trieste junto con mil 200 hombres en el vapor Bolivian rumbo a Veracrz, en cuyas playas desembarcó en enero de 1865. Caminó después varias jornadas hasta Puebla, donde las mujeres salieron a las calles para aclamar a las tropas del Imperio. Le pareció la ciudad más bella del mundo. Tenía 23 años.
Maler obtuvo una medalla de plata por su valor en los combates que libró con el Cuerpo de Voluntarios. Alcanzó también el grado de capitán. Pero no pudo evitar la caída del Imperio. El capitán Maler permaneció en México luego de la caída del Imperio. Los gritos de la guerra resonaban aún en sus oídos: ¡Viva la libertad! ¡Abajo Maximiliano! ¡Muerte a los austriacos, carajo! Durante más de 10 años recorrió el país, asedido por rebeldes y bandidos, para fotografiar sus ciudades y paisajes, y después también sus ruinas. En julio de 1877 pasó seis días en uno de los aposetos del Palacio de Palenque, donde fue perfectamente feliz. Hechizado por los templos que descubrió- y yo creo que sobre todo por la selva- decidió consagrar el resto de su vida al estudio de los mayas.
Faltaba nada más una cosa: los recursos. Maler tuvo que regresar a Europa para reclamar la herencia de su padre- "un hombre sombrío, receloso y avaro"-, que acababa de morir en un palacio muy obscuro de Venecia. En ese viaje visitó Baden-Baden, Viena y París. Con la fortuna de su padre, Maler pudo montar un taller de fotografía en Ticul, al sur de Yucatán. Muy pronto aprendió maya (hablaba también italiano, español, inglés, alemán y francés) y empezó a recorrer las ruinas del interior de la Península. Dormía en hamaca, a la intemperie, y solía comer y beber lo mismo que su gente, que lo estimaba, a pesar de su temperamento de austriaco solitario y excéntrico. Su salud estaba devastada por las fiebres y las privaciones, pero algo muy poderoso lo movía, una fuerza misteriosa le permitía soportar la terrible prueba de la selva. "El señor Maler regresó a Mérida con la cara de un fantasma", escribió por esos años un testigo, "y se está llenando de quinina y arsénico con la esperanza de poder hacer otro viaje la temporada que viene".
En agosto de 1895, Maler descubrió las ruinas de Piedras Negras, en la ribera del Usumacinta. Ese descubrimiento, el más importante que realizó, fue también un parteaguas en su vida. A partir de entonces dedicó su tiempo y su entusiasmo a explorar aquel río, que llegó a conocer mejor que ningún hombre. El Museo Peabody de Harvard acodó sufragar todos los gastos de sus expediciones, a cambio de publicar en sus memorias el resultado de sus descubrimientos. Maler llevaba aparatos de fotografía cargados a lomo de mula, en cajas envueltas con lonas humedecidas en aceite para resguardarlas de la lluvia. Viajaba con cámaras de gran formato, trípodes de madera, lámparas de magnesio, placas de vidrio, sales de platino, en din, charolas, pomos, frascos y botellas. Sus fotos tienen una belleza austera y sombría que revela también una parte de su personalidad.
La soledad lo volvió intolerante, suspicaz y misántropo. "Durante todos mis viajes por las traicioneras aguas del Usumacinta", escribió una vez, me parece con razón, "estuve siempre poderosamente impresionado por el extraordinario contraste entre la prodigiosa belleza de la naturaleza y la extrema degradación de los restos de humanidad que subsisten ahí".
Teobert Maler es uno de los personajes que más me cautivaron entre los que conocí- vivos y muertos- durante mi viaje por la selva. Me conmovió su personalidad. Valiente, honorable, austero, generoso, testarudo, desconfiado, romántico, melancólico, solitario, misántropo, bondadoso y frágil. Las personas que lo trataron lo recordaron siempre con admiración y afecto. "Su carácter era retraído pero cortés y hasta un poco ceremonioso. Recibía a sus amigos con humilde modestia y no era avaro en sus conocimientos". Y también: "Era un caballero, un investigador devoto y un amigo particularmente bueno".
Maler había nacido en una de las habitaciónes del Palazzo Rospiglioso, en Roma, donde su padre era chargé d' affaires del Gran Duque de Baden ante la Santa Sede. Pasó sus últimos años en un cuarto de servicio que tenía la casa del señor Gerardo Manzanilla, en Mérida. Para obtener un poco de dinero, que despreciaba, malbarató sus fotografías y su colección de antigüedades.
Nunca tuvo aires de superioridad. Iba todos los días a una cantina de la esquina de la Calle 59 a tomar cerveza, que bebía, dice un amigo, "con parsimonia y deleite". Veía la gente pasar y conversar, y platicaba con los comensales. Era fiel a la memoria de Maximiliano, pero reprimía su devoción para no contrariar a sus amistades en Mérida. Hacia mediodía sacaba de su bolsillo una lata de salchichas, que abría con lentitud para disfrutarlas, una por una, en la punta de su tenedor. Recordaba con agrado sus años de trabajo en la selva. "El hombre", decía, "mira con hastío y disgusto los lugares donde ha perdido su tiempo en placeres dudosos, pero reserva un afectuoso recuerdo al lugar donde ha trabajado y sufrido". Fue siempre un hombre fuerte y vigoroso, que trabajó en la selva hastauna edad muy avanzada, bajo condiciones terribles, pero con los años empezó a sufrir afecciones en el estómago que le terminaron por doblegar la salud de hierro. No tenía dinero. A veces pasaba días enteros sin comer otra cosa que no fueran los mangos que crecían en el jardín.
Murió el 22 de noviembre de 1917 en su cama de latón, cuidado por el propio don Gerardo. Sobre su tumba, en el Cementerio General de Mérida, quedó grabada esta inscripción: Los restos mortales de Teobert Maler descansan en la tierra del país de los faisanes y los ciervos.
sábado, 10 de febrero de 2007
Clases purépecha
En la Casa de los Once Patios se estan dando clases de lengua purépecha, para todos los interesados y que SI puedan ir, no por estar TRABAJANDO como uno. El curso consta de 3 módulos, de 3 meses cada uno, el costo por módulo ?? 200 lanas !!!!!.
El curso consta de aprendizaje oral, escrito y gramática. ¿¿Porque no puedo descansar los sábados??, es todos los sábados de 10 a 1, así que pos si alguien lee esto, pos echese la vuelta. Ojala yo pueda ir.
El curso consta de aprendizaje oral, escrito y gramática. ¿¿Porque no puedo descansar los sábados??, es todos los sábados de 10 a 1, así que pos si alguien lee esto, pos echese la vuelta. Ojala yo pueda ir.
jueves, 8 de febrero de 2007
Hasta el último rincón
Ayer visité la comunidad de Condembaro, a 3,800 mts s.n.m., en donde no hay carreteras, sino caminos de polvo y piedras, mas no empedrados. Llegué y me dispuse a platicar con la gente sobre cómo viven y a qué se dedican, y me di cuenta de que como en muchos lugares, los niños, a pesar de la difícil situación económica, son muy felices.
La gente de Condembaro se dedica a la agricultura. Cultiva avena y maíz para autoconsumo y para mantener caballos y bueyes, mismos que usan como medio de transporte. La pequeña primaria tiene 2 aulas, y uno de los profesores da clases a 3º, 4º, 5º y 6º año de primaria...todos en el mismo salón. Cuando empecé a tomar fotos, me di cuenta de que había mucho (muchísimo) material para la lente, pero me llamo la atención el pequeño Luis Francisco de siete años, quien al estar platicando con él, como sólo un niño sabe hacerlo, con esa inocencia y alegria que no ha sido corrompida, se burlo de mi diciendo: "tu hablas raro", y entonces comenzamos una pequeña discución de quién hablaba raro, terminando en un amistoso partido de futbol entre él y yo.
Pero los adultos son diferentes, don Sacramento tiene más de 80 años, y con un brillo de esperanza en sus ojos, aún piensa que el gobierno o "los poderosos" como los llama él, acudirán en su ayuda. Así es la vida en Condembaro, considerada la comunidad más alejada de la cabecera municipal de Pátzcuaro. Posee una vista increible, e incluso dicen que se ve Morelia desde algunos tejados. Yo lo que más recuerdo de Condembaro es a Don Sacramento y sus necesidades, y a Luis Francisco, la unica persona en todo Michoacán que ha tenido los pantalones de burlarse de mi, en mi cara, y sobretodo, su inocencia.
No se quién es más inocente, él ahora, justo hoy, o yo, que quiero pensar que esa inocencia perdurará por siempre. Aqui las fotos de Luis Fco. cuando se burló de mi y de don Sacramento, el viejo de las esperanzas infundadas.
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