Publicada en La Voz de Michoacán, 29 octubre
La noche, la inmensa noche, como en muchos, trae consigo los temores de antaño, recuerdos tormentosos que aún con el pasar del tiempo de niegan a ser olvidados. Para esas personas la frase de “el tiempo lo cura todo” es ficción, pues para sus adentros repiten que el tiempo sólo sana lo que ya no importa. Pero en otras personas, la noche los traslada en un ambiente distinto, donde las ideas florecen, y los pensamientos, incluso los más recónditos, florecen como en un campo repleto de fantasías que con el tiempo, pueden volverse realidad.
Luego de varias jornadas nocturnas en donde la lluvia de pensamientos ha inundado los cuadernos de dibujo con bocetos, hoy un pequeño ejército de seres salidos de la más profunda imaginación yacen en la plaza Vasco de Quiroga. Un dragón con tres cabezas lanzando llamas de boca y nariz, y en sus patas unas garras tan enormes como la cabeza que bien podría arrancar. A su lado, una catrina distinta a las demás, con un rifle y balas a sus costados, en marcha hacia la batalla de la que no tiene miedo a morir, pues ella misma representa a la muerte. A su lado, entre demonios, se encuentra una imagen, pintoresca y reluciente, de la Virgen de Guadalupe, sin embargo, a su espalda, un pequeño autobús es conducido por dos demonios, que parecieran querer alcanzar y arrollar a la virgen morena.
Pero el pequeño ejército de figuras y alebrijes no es lo único que predomina en el tianguis artesanal de Noche de Muertos, ubicado en Pátzcuaro, sino que apenas es el comienzo. De la imaginación de Juan Santiago Ramírez, mejor conocido como don Juan, no salieron seres de dimensiones tan distantes, sino que al igual que los artesanos de su comunidad, se le ocurrió agregar su misma tierra y los jarrones que vende. Originario de Cocucho, don Juan realiza jarrones, los tan tradicionales jarrones de Cocucho, siempre tan emblemáticos, tan misteriosos, con esas tonalidades oscuras y claras. Eso es lo que muchos buscan de ellos. Sin embargo, suponer y grandeza radica en su interior, pues con cada jarrón que sale de Michoacán, parte no sólo un fragmento de la tierra, sino de historia.
Los jarrones de Cocucho poseen un material que sólo puede conseguirse en esa zona, pues además del barro que se consigue en la comunidad, le agregan arena de volcán, traída desde las entrañas de la naturaleza, y terminada en forma de jarrón o florero. Don Juan comenta que desde chico aprendió a hacer los jarrones, gracias a sus abuelas, y esa tradición se a conservado incluso hasta hoy, pues dos de sus cuatro hijos tienen talleres de jarrones.
El caso de Juana Blas es distinto, a pesar de que también hace jarrones. La diferencia es que ella los hace vidriados. Enormes piñas y calabazas ilustran su puesto, y así como don Juan le agrega arena de volcán a su artesanía, doña Juana lo ofrece en forma de tributo en dos ocasiones al fuego mismo del horno, con la diferencia de que mientras que en la primera ocasión lo tapiza de “tierra blanca” de Zirahuen, la segunda es bañada con vidriado, mismo que le da el característico brillo. Originaria de San José de Gracia, en el municipio de Tangancicuaro, doña Juana ha dedicado años al arte de los jarrones.Al lado de estos puestos se encuentran textiles, trabajos de madera, e incluso a la muerte colgando de un gancho, sin espíritu y sin extracto de vida, vigilando a todo aquél que se acerca, a punto, quizá, de robar la vida de alguien.