miércoles, 31 de octubre de 2007

Crónicas de Noche de Muertos IV

Publicado en La Voz de Michoacán, sábado 27 de octubre

Su ropa brilla como si mil soles cayeran hacia ella y deslumbraran a todos los presentes, su esbelta figura atrae a más de uno, que voltea a mirarlas con asombro, sorpresa y un gesto de extrañeza y asombro. Si piel es blanca, tan blanca como las perlas del mar, y su sonrisa es tan reluciente como la más bella de todas. Sus grandes ojos negros atraen la atención de quien la observa, y poco después, cae fulminado ante su presencia.

Elegante unas veces, otras no tanto, pero siempre reluciente. En ocasiones aparece en forma de músico, otras como pescador, e incluso en algunas otras imitando a bailarinas árabes. En todos los rincones del globo la conocen, sin embargo, la representación de la muerte es única en la región lacustre de Michoacán.
Ángel Manrique le da vida a la muerte. Con sus manos, poco a poco va moldeándola; la acaricia, la ve a los ojos e incluso dirige su destino. Con su creatividad, vislumbra la muerte más allá que un solo paso, más allá de un abismo tan inmenso como la vida misma, y más allá de la oscuridad que habita en las cuencas vacías de esa calavera.

En ocasiones la vislumbra en forma de pescador, en la que una pareja va navegando por la rivera del lago de Pátzcuaro, él, con un sombrero que lo cubra del sol y una manta que sobre sus hombros, protegiéndolo del frío. Ella, con un vestido colorido, acompañando a su eterno amor, tan similar a ella, que incluso se confunde. En otras, ella muestra el glamour que la preside, con un enorme sombrero que cubre en su totalidad su cabeza, y con un ropaje rosado cubierto de inmensas plumas, muestra de la elegancia incluso en la misma muerte.

Según Ángel Manrique, el arte popular de México es basto, tan basto como para incluir a la muerte en él, y de manera cómica, inmiscuirla en la vida tradicional de la sociedad. Sin embargo, comenta que este arte popular no se encuentra perdido, sino al contrario, con cada catrina y cada exposición, dicho arte se enriquece, enalteciendo el nombre de la muerte en la cultura mexicana, esa cultura que lejos de temerle a la muerte, se le respeta, se le hace burla y constantemente se convive con ella, en una dualidad a lo largo de toda la vida.

Para la exposición de catrinas que se montó en la Biblioteca Pública Gertrudis Bocanegra, Manrique tuvo que laborar cerca de ocho meses, dándole vida a treinta distintas figuras de la muerte, incluyendo a la muerte elegante, la de los pescadores, el panadero, el músico, la novia e incluso una suicida, sin dejar de pasar una bailarina árabe. En ellas se encierra todo un simbolismo de la cultura mexicana, que a base de papel mache, pasta para moldear y un alma de acero, la muerte vuelve a caminar entre los vivos, siempre estirando la mano hacia aquél que tiene los días contados, y que al final, la acompañará hacia el más allá. Los griegos la llamaban Caronte, sin embargo, para los mexicanos, es conocida como La Catrina.

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