Publicado por La Voz de Michoacán, jueves 25 de octubre
La noche cae de lleno, las miradas se levantan y observan la inmensidad de la oscura velada. Los sonidos propios de la noche aparecen, grillos, pequeños murmullos, y en la lejanía, el arrullo de las olas que mecen las canoas en la rivera del lago de Pátzcuaro. Los colores cambian, y la perspectiva de luz se ha modificado; todo parece ir en cámara lenta, como si se tratara de un sueño. Los habitantes de la isla, uno a uno, van marchando en una danza tan lenta como el paso de las ánimas a quienes visitan. En su mano, una veladora ilumina el camino, en su mirada, una visión perdida se hace presente, como quien deambula por las calles sin saber su paradero, ni conocer su destino final.
Aquella danza simula fantasmas, almas en pena que vagan por las calles, arropados por el frío que recorre de un solo golpe todos los rincones de la rivera del lago. De pronto, todos atraviesan aquél enorme portón, mismo que rechina al ser removido. Uno a uno, los habitantes de Janitzio acuden a las distintas tumbas, poco a poco con caras tristes, tan tristes como llenas de arrugas, y tan tristes como la antigüedad del mismo lago. Aquellas manos temblorosas mueven los dedos, y toman con una delicadeza fortalecida la veladora, misma que una vez que ha encendido, se postra en la tumba, en la cruz o en la lápida, y un llorar sin final y en silencio inicia.
A unos metros, el mundo cultural y artístico de México y el extranjero se hacen presentes. André Breton, impulsor del surrealismo, toma asiento, a su lado, el pintor Diego Rivera contempla la misma escena que el escritor. Todos ellos con respeto, observan la celebración de Noche de Muertos. Desde entonces ya existían reporteros que a través de la lente captaban las enigmáticas imágenes de Janitzio. Entre las tumbas y con un gran respeto, Héctor García, el fotorreportero de México, capta las primeras imágenes de la isla en su mayor celebración. Esto es Janitzio de los años cincuentas, cuando la Noche de Muertos poseía tanta vida como para transportar a quienes la vivían, a un mundo tan distante y cercano. Hoy, a muchos años de distancia y varias décadas de globalización, la celebración ha ido perdiéndose.
Enrique Soto, historiador, recuerda esas noches oscuras en que las siluetas y los rostros anochecidos de hambre y tristeza eran la única iluminación de la noche lacustre. Esa noche en que los habitantes recordaban con mayor alegría a sus difuntos, pues volvían para convivir con ellos.
Hoy la situación es distinta, pues la comercialización ha manchado gran parte de la Noche de Muertos en el sitio donde se originó: Janitzio. Soto comenta que en gran parte, esto se debe a la venta de alcohol y comida, pues los habitantes, por buscar el beneficio económico, han modificado la celebración. El también director de Cultura menciona que gran parte de esto, más que ser propiciado por los habitantes de la isla, ha sido debido a las autoridades desde hace décadas, por no poner un límite a los turistas que acuden, así como los turistas, por no guardar el respeto hacia los difuntos.
Ahora, en una época en que el ochenta por ciento de los visitantes de Noche de Muertos en Pátzcuaro acude a Janitzio, se busca que la gente no consuma alcohol en grandes cantidades, así como tengan el respeto hacia la celebración; justo como en aquellas décadas en las que el manto de la noche llegaba y vestía la isla con un toque mágico, místico y lleno de alegría, en el que a pesar de burlarse de la muerte y no temerle, se le guardaba un gran respeto.
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